¿Y tú quien eres?

martes, 5 de junio de 2007

Nueva York es una fiesta


Estuve cuatro días en Nueva York, y sigo creyendo que es una ciudad hermosa, segura, sofisticada, inteligente y sensual. Pasé casi todo el tiempo en Downtown, pero bien abajo, en Battery Park, por el rumbo del WTC y la estación Chambers del metro. Caminé varias veces la Broadway, Wall St. y el toro de bronce de Fernando Botero. Fui con mi sobrino a pasear por Chelsea, sobre todo la avenida 8 alrededor de la 14 y hasta la 25. Es un lugar muy animado ahora que el tiempo está caliente y los días son largos. Muchos chavos y señores guapos hasta el dolor, cachondos, en bermudas y camisetas, con ese aire ligero y deshinibido que es característico. No digo que sean fáciles ni accesibles, porque en realidad muchos se creen hechos a mano y ni siquiera te miran. Pero si eres como ellos, seguro que te diviertes. Esto, claro, reconociendo que la gente también allí tienen problemas, están solos, compiten hasta por el aire, y están sometidos a un enorme estres social, económico y cultural. Un departamento de una recámara en la isla cuesta arriba de dos mil dólares por mes. Mi única actividad lúbrica fue una visita al West Side Club, en el 27 de la calle 20, entre la 6 y la 7, segundo piso. Es un lugar muy agradable para andar desnudo (15 dólares por una membresía temporal de 5 entradas y 20 más por el cuartito, total, 35 us; el locker creo que cuesta 18 dólares pero te obliga a caminar todo el tiempo.), con largos pasillos a oscuras donde se alinean unos ¿serán 80, 100? pequeños cuartos con una cama y una lámpara. Hay baños y regaderas, pero no vapor ni sauna. El truco es conocido: unos ponen la luz baja, dejan la puerta entreabierta y se echan en cueros como odaliscas, de frente o de espaldas, poéticos o cachondos, y los otros caminan de aquí para allá viendo si algo les hace clic. En ese caso se acercan, dicen una frase, se insinuan para ver mejor y, si son aceptados, se meten discretamente y cierran la puerta. Y a lo que sea que hayan ido. Esta vez fui en viernes, como a las 3 de la tarde, y la verdad es que no había mucha gente, quizá unos 10 o 15 señores, más bien grandes, algunos bien canosos, un par de negros afroamericanos (negro no está dicho aquí con intención despectiva sino al contrario, como promesa de sensualidad y de una verga de fotografía).
Caminé unas cuantas veces, pero como mi inglés no es muy bueno para estos diálogos cortos e insinuantes, preferí lo de las odaliscas. Por momentos me daba un poco de risa y pena, estar ahí bobeando, desnujdo, a la espera de que alguien pase, mire, le guste algo y quiera entrar a mamarme la verga o dármela para ídem. Como una chica de Amsterdam, sin ir muy lejos. Me la estuve jalando distraidamente un buen rato, y en algún momento se asomó un señor de color como de 40, y sin que mediara palabra entró, cerró la puerta, se quitó la toalla y se echó junto a mí. Nos cachondeamos como 20 minutos hasta que se vino en mis brazos, pero no llegamos a mayores. Tenía una buena herramienta, con todo. Me dijo que era del Caribe, de las islas, y hablaba un inglés con acento británico. Un tipo agradable al que ni siquiera le pregunté su nombre. O sea, hay que ir más de noche, y los fines de semana, y quedarse unas tres o cuatro horas para que valga la pena. pero para mí no había otras opciones, y la verdad quería conocer y distraerme más que coger. Pero ya estoy aquí de regreso, para lo que se ofrezca.

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